viernes, 30 de marzo de 2012

Huellas silenciosas

Por Joaquín Romero Díaz
Medellín, Colombia 1999









         Con un amplio recorrido que inició en Potosí Bolivia donde nace en 1954, Orlando Arias Morales camina hacia el éxito, cultivando la pintura y aprendiendo desde niño a salvar los obstáculos que la vida le va propinando a cada instante como cobrando la virtud el don de plasmar maravillosamente sus sueños en las telas o en las láminas de metal que moldea creando la tridimensionalidad de una escultura plana y cubista que reúne todo su trabajo realizado hasta hoy.






         Iniciamos el recorrido artístico de Orlando Arias mostrando y describiendo a manera retrospectiva sus trabajos, sus primeros paisajes figurativos de sutiles veladuras con algo de cuerpos humanos y animales dejaban ver ya, que su obra autodidacta llegaría a los mercados internacionales con éxito, por el manejo de la técnica y la majestuosidad cromática. Desde siempre su trabajo define un estilo propio que se identifica por los fondos velados, pero en su totalidad extraído de múltiples colores aplicado veladura tras veladura empastados pero curiosamente traslúcidos como afirmando la paridad de la oscuridad con la luz.







         Luego de sus trabajos apaisados llegan los rostros manchados en una abstracción figurativa tristes y lánguidos como la misma suerte latinoamericana, allí la realidad de su momento lo lleva al trabajo de las aguadas logrando acuarelas figurativas costumbrista de luces bien entonados y volumetría total donde el reflejo ancestral y las construcciones de adobes son el detalle primordial que aún conserva. Estas aguadas de Arias lleno de veladuras aplicadas hasta donde resiste el papel logran impactar precisamente por auténticas, en el contexto latinoamericano difícilmente se encuentra quien dibuje y distribuya el color en empastes de aguadas como lo logra este artista que además de disfrutar logrando sensaciones con su técnica va contagiando al observador de las costumbres de su tierra, pero no se puede negar el origen indio de su inspiración, se palpa el embrujo del aire boliviano, medio inca, medio cholo, pero latinoamericano, al observar los paisajes se escuchan las quenas, lamento de flautas y quejido de tambores, se nota los andes, se siente el frío de los valles y montañas suramericanas, de jugar con la acuarela pasa por el óleo y el acrílico  logrando la misma claridad cromática sin abandonar para nada la temática ni su estilo peculiar de huellas silenciosas y ancestrales de piedras que perduran con el tiempo y con su obra de ocres y tierras, de verdes anficales, de azules y sienas bien logrados en combinaciones de magistral fundido y acabado.






         Los rostros de sus coterráneos entregados algunos  a la labor del cultivo y otros solo a la contemplación captan el sentir real de su creador que pronto se aleja de la tristeza y encuentra la pasión y la belleza en el desnudo femenino, en el éxtasis y la sutileza de la mujer que capta en su esplendor mostrando su belleza en pasteles, óleos, acrílicos, mixtas y todas las técnicas la curvilínea figura femenina surge como la alegría espontánea  y dinámica  llena de energía y bondad.






         La abstracción total con gran empaste de espátula y transposición de color llega con la transformación de las texturas a su investigación, de allí se desprende  una etapa de singular armonía que parte casi en dos su trabajo porque logra un claroscuro sui géneris imprimando  las telas desde el negro absoluto con chorreones amañados que van guardando simetría y movimiento descubre una impresión personal a la caracterización de su obra realizada con acrílico manteniendo sus fondos extraídos de miles de colores aplicados.






         Algunos críticos de arte de reconocido renombre latinoamericano han afirmado que la expresión artística de Arias tiene sentimiento propio y por encima de todo dramatismo espiritual. Francisco Proaño Arandi, dice: “en la obra de Arias lo más significativo es el rescate del paisaje andino, de la atmósfera y la luz propia de estas altas mesetas, de estos valles crepusculares y dentro de ellos la aprehensión del gesto creativo del hombre”. Federico Villegas Barrientos escribe todo un Sermón con Esencia de Sándalo y recrea su texto con frases de importante sublimación, “la naturaleza de Orlando Arias está impregnado de guitarras, colores y aquelarres, guerras y naufragios interiores sabia levadura para amasar la escultura de un valor de la plástica que con el soplo de los días demostrará que solo el delirante, el que sublimiza el dolor pinta con sangre con relámpagos y tempestades los murales que serán eternos como la única visión del que a pasado por la vida intensamente como un hombre desnudo sin superficiales velos de sedas hipócritas. Primero el Ser, por eso antepongo este sermón de esencia de sándalo para expresar y esperar de quien ha sido como describo el pintor que demostrará en un futuro no lejano una obra que por madura y brillante en abstracto caerá del árbol de su vida para gloria de su patria, como el corazón enamorado y Bolivia como Colombia que tiene la gloria de un Fernando Botero y Ecuador un Guayasamín tendrá un Arias”.






         La preocupación de este eterno trabajador de la plástica por la transformación del hombre, lo a llevado a expresar en su pintura con elocuencia y sencillez, hombres bicéfalos, de cuerpos casi etéreos, vaporosos como la conciencia, pero armónicos como la misma esencia divina del hombre, de ese mismo hombre casi máquina, que está dejando robotizar su alma y está automatizando su espíritu, a tal grado que hoy afirma Arias en su más reciente creación donde incluye también escultura, que el ser humano está tan mecanizado, vive tanto entre máquinas, de las máquinas y para las máquinas que se está convirtiendo en una de ellas. Por eso su reciente simbología cubista algo picasiana pero en el color y la descripción, no en la geometralización de la descomposición de las formas, que se caracterizan precisamente por todo lo contrario, porque no se descomponen, sino que se aglutinan y fusionan en cubos, que con mucha fuerza identifican claramente la intención de enseñar el hombre máquina o la máquina humana, que sueñan en semicírculos, triángulos y paralelepípedos de múltiple coloraciones.






Esperamos que esa palomas simbólicas de la anunciación y la entrada al púlpito, continúen siendo imágenes de una idea concreta, que redunde en más inspiración de armonía, composición y color, y que la perspectiva último recurso creativo, instrumento de transformación, lo encaminen al dibujo de nuevas formas, dictadas por la geometría sin hacer a un lado la percepción.


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